Ese hombre bajo, de contextura maciza, rostro ovalado, ojos tiernos y
voz con carraspera, al que le platearon los cabellos las cenizas de los
años, conoció los aromas de la vieja Buenos Aires; en su perfume de
naranjo en flor, las promesas vanas de un amor también se escaparon con
el viento. Es que hace más de medio siglo que Juan Carlos Desanzo, de 74
años, célebre director de cine y de fotografía, guionista e incluso
actor, instado por un mandato familiar, sin opciones, puso al ajedrez
junto al corazón del olvido y jamás volvió a repetirlo.
Hoy, a más de 60 años de aquella decisión, su figura se pasea de
manera anónima por uno de los salones del Hotel Casino; Desanzo es uno
de los 200 participantes del 7° Campeonato Continental Absoluto de
Ajedrez que se realiza en Mar del Plata, pero un rictus permanente que
delata la felicidad interior que se le escapa por los poros lo
diferencia; ese hombre se reencontró con un viejo amor. Nace la
historia.
"Aprendí a jugar en 1945, en tiempos en los que la Argentina declaró
su participación en la Segunda Guerra Mundial, cosa que muchos no saben,
en la lucha de Aliados contra el Eje; en el país había simulacros de
oscurecimientos y un vecino, Raimundo García, me enseñó los rudimentos
del juego a la luz de una vela en el zaguán de mi casa. Él siguió con el
ajedrez, fue campeón argentino y representante en las olimpíadas de
ajedrez. Le guardo un gran respeto por ello", contó Desanzo, el papá de
María y Pablo, y que hizo su debut como director en 1983 con El desquite
-oportunidad en la que dirigió a Ricardo Darín- y siguió En retirada
(dirigió a Gerardo Sofovich, en 1984), La búsqueda (1985), Eva Perón
(1996), Hasta la victoria siempre (1987) y El Polaquito (2003), por
nombrar tan sólo algunas entre casi medio centenar de películas.
-¿Y por qué se alejó del juego?
-En mi casa, en Palermo Viejo, había mucho amor y más prohibiciones;
éramos muy pobres. Mi padre, Juan, era barrendero, y mi mamá, Felisa
Pellerano, mucama. Un día llegué a las 6 de la mañana desde el Club
Jaque Mate y mi viejo me dijo: "Dejá el ajedrez, hacé el secundario y
traéme un título". Mi última partida fue a los 12 años, en el Nacional
Avellaneda; allí jugamos un intercolegial y nuestro rival fue el colegio
Otto Krause. Me tocó jugar con un tal Oscar Panno... ¡Para qué voy a
contarte el resultado! Al otro año, él fue campeón mundial juvenil. Para
mí es un recuerdo imborrable, aunque seguramente él ni deba acordarse
de que fui su adversario".
Desanzo, quien sintió el rigor de una infancia desangelada y que a
los 5 años vendía hielo por las casas y usaba por pantalones bolsas del
Molino Minetti, contó: "Había mucha miseria; esas bolsas se usaban de
manteles, cortinas, e incluso de ropa interior. Mi mamá me vestía con
eso. Un día llegó al barrio el camión de la Fundación Eva Perón. Hice
cuatro cuadras de cola hasta que llegó mi turno. La primera sorpresa fue
ver que la propia Evita repartía las cosas. Me miró y con tono
arrabalero, me dijo: «Che pibe, ¿vos qué querés?»; «un pantalón,
señora», le balbuceé. Ella buscó entre unos canastos, me midió a la
distancia y de pronto me tiró con un pantalón que me estalló en la jeta.
«Este te va a ir bien», me dijo con una sonrisa. Yo sentí a partir de
ese día que podía salir a la calle con más alto grado de dignidad. Lo
que sucedió después tal vez se llame deuda de gratitud, de un modo u
otro
Por Carlos Ilardo | LA NACIONViernes 19 de octubre de 2012 | Publicado en edición impresa
Juan Carlos
Desanzo , es uno de los grandes del cine argentino y un gran amigo de la
vida, vecino de Cariló y asesor especial de nuestra Cinemateca.